Hace días que veo con incomodidad cómo Bella Ramsey, actriz que interpreta a Ellie en The Last of Us, se convierte en blanco de ataques en redes. Y no, no son críticas a su actuación –que por cierto es brillante y sensible–, sino burlas crueles sobre su apariencia física. Comentarios que desbordan transfobia, misoginia y violencia estética.

En TikTok e Instagram circulan videos editados con el único objetivo de ridiculizarla: se ríen de su mandíbula, de sus gestos, de que no es “linda” como algunxs fans hubieran querido. El foco de la crítica ya no está en la trama ni en la adaptación del videojuego. Está en su cara. En su cuerpo. En su identidad no binaria.

Y no es casual. Es un síntoma.

Los discursos de odio no nacen de un día para el otro. Se alimentan de una maquinaria cultural que sigue exigiendo que quienes ocupan la pantalla cumplan ciertos mandatos estéticos. Sobre todo, si son cuerpos feminizados o disidentes. Se espera que una protagonista sea deseable antes que potente, que encaje en la idea hegemónica de belleza antes que en una actuación comprometida. Aun cuando la historia transcurra en un mundo postapocalíptico.

En el videojuego original, Ellie es lesbiana. Esta dimensión de su personaje fue explorada en el contenido Left Behind, donde se desarrolla su vínculo con Riley, y luego más profundamente en la segunda entrega del juego, con Dina. Que una figura fuerte y popular represente a una joven queer en un universo mainstream no es menor. Para muchxs fue una bocanada de aire. Para otrxs, una amenaza.

Ahí también se juega parte del rechazo. En no tolerar una protagonista que no solo desafía los cánones estéticos, sino también las normas de género y sexualidad impuestas. Y eso incomoda.

Bella Ramsey contó que pensó en no aceptar el papel por miedo a este tipo de reacciones. También dijo que tuvo que bloquear emocionalmente el aluvión de comentarios violentos al anunciarse su participación. Y, aun así, eligió seguir. Sostuvo el personaje con una sensibilidad que fue celebrada por la crítica y por sus compañerxs de elenco.

Su decisión de asumir un rol protagónico en una superproducción también cobra otra dimensión si se considera que es una persona no binaria, autista y que ha atravesado una larga batalla contra la anorexia nerviosa. Bella no solo desafía estereotipos desde la ficción, sino también en su vida real. Y eso, lejos de humanizar su figura ante el ojo público, ha sido motivo de más violencia. Como si mostrarte tal cual se es fuera aún imperdonable.

Curiosamente, la falta de «fidelidad» entre actores y personajes del videojuego no genera el mismo nivel de rechazo cuando se trata de varones o figuras que encajan en la norma. A Bella se le exige parecerse, actuar, hablar y hasta lucir como una idea preformateada del personaje. Pero esa vara no se aplica igual para todxs. Y eso también dice mucho.

Bella Ramsey como Ellie (arriba) Kaytlin Dever como Abby (abajo)

Los trolls se han encargado de visibilizar esta exigencia, entre ellxs, una parte activa de lo que algunxs medios han llamado la “machoesfera”: espacios digitales habitados por varones (y no solo varones) que reaccionan con violencia ante todo lo que desafía la masculinidad tradicional. Una comunidad virtual que convierte su incomodidad en memes, burlas o campañas de odio contra mujeres, personas LGBTIQ+ y disidencias visibles.

Podría justificarse este rechazo con el argumento de la “inclusión forzada”. Como si representar diversidad fuera un gesto marketinero y no una necesidad narrativa, ética y social. Pero pedir que todxs los cuerpos que habitan las ficciones respondan a una misma idea de belleza, género o deseo también es una forma de imposición. Y mucho más peligrosa.

La socióloga Esther Pineda lo advierte con claridad en su libro Mujer espectáculo. Los medios de comunicación moldean la percepción social de las mujeres, reduciéndolas a objetos de consumo y espectáculo. Destaca que estas representaciones legitiman la violencia y perpetúan estigmas, especialmente en mujeres pobres, racializadas y lesbianas.

Lo que está en juego no es solo una serie. Es el permiso para existir sin ser moldeadxs. Para estar en pantalla sin filtros hegemónicos. Para que niñxs y jóvenes vean personajes con quienes realmente puedan identificarse. Y para que las redes no se conviertan en tribunales de cuerpos ajenos.

Lo que pasa con Bella no me da lo mismo. Porque muestra que incluso cuando parece que avanzamos, seguimos juzgando más la piel que el fondo. Más la cara que la historia. Y eso, también, es parte del problema.

La pregunta va más allá de qué miramos cuando vemos una serie, sino desde dónde estamos mirando. Eso dice algo de nosotrxs, se convierte en espejo ¿Cuantas veces replicamos esos estándares de belleza? (quizás, sin quererlo) ¿Cuántas veces exigimos belleza donde deberíamos celebrar la diferencia?

videos e imagenes extraidos de facebook e instagram

 

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