Desde el 20 de marzo hasta el 01 de junio y en el contexto del aislamiento social obligatorio, en Argentina ocurrieron 61 femicidios. El 03 de Junio se cumplen 5 años de aquella primera concentración masiva de mujeres al Congreso bajo la consigna «NI UNA MENOS». En este 2020, en el aire feminista a nivel nacional y regional se recibe el contagio de directivas que no habilitan intervenir el espacio público reclamando al Estado que, aún en contexto de cuarentena por la pandemia global, a las mujeres nos siguen matando por el sólo hecho de ser mujeres. La consigna desde un feminismo institucionalizado parece ser que debemos quedarnos adentro del espacio doméstico «visibilizando» nuestras demandas sólo en la comodidad de la virtualidad.
El capitalismo liberal, desde su entrada en vigencia en el siglo XVII, ha operado en favor del patriarcado[1] en detrimento de las mujeres. El patriarcado que nos quiere sumisas y obedientes fue el mismo que creó la figura del Estado allá por la época de Hobbes, Loocke y Rosseau. Fueron hombres lo que crearon el ordenamiento social que nos oprime, que nos limitó al espacio doméstico, dejándonos afuera del espacio público. Ya en aquel momento, las mujeres levantaban sus voces, como las intelectuales Olympe de Gouges en su célebre «Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana», de 1791, o Mary Wollstonecraft con su obra «Vindicación De Los Derechos De La Mujer» de 1792. Olympe acabó guillotinada y Mary rechazada a nivel social. Aún así fueron Intelectuales que mostraron su desobediencia al Estado patriarcal.
Lo cierto es que el feminismo como perspectiva teórica fue el primer campo disciplinar en pensar categorías conceptuales que permitieran desnaturalizar el por qué las mujeres debíamos limitarnos a saber «coser, bordar y abrir la puerta para ir a jugar». Los Estudios de las Mujeres crearon así la categoría de análisis «género», para poder dar cuenta de que vivimos en una sociedad sexuada, en el que el género no sólo forma parte de lo biológico envestido de cultura; sino que es un distribuidor de poder, que permite el acceso a espacios en relación al sexo. A través de los estudios, investigaciones y análisis feministas, se fue develando como históricamente, en Occidente fue conformándose una cultura con determinados rasgos y características basadas en el androcentrismo que fue dejando fuera a las mujeres como sujetos epistémicos, incapaces de generar conocimiento. Por lo tanto, también las dejó afuera de espacios de poder como la política, la justicia, las universidades, la medicina. En la actualidad, los lugares de toma de decisiones de todas esas instituciones siguen siendo ejercidos por varones.
¿Por qué hablo de la creación del Estado para hablar de nuestro NI UNA MENOS? porque la violencia de género comienza en la gestación misma de este ordenamiento económico, social, político, cultural que nos rige. Vivimos en un patriarcado con instituciones pensadas desde lógicas sexistas y si rasgamos un poco la superficie, hasta el conocimiento mismo que gobierna nuestro sentido común, también es patriarcal. Pues como ya han revelado feministas, las ciencias cargan con sesgos sexistas.
Lo cierto es que el NI UNA MENOS, vino a denunciar y visibilizar la violencia de género estructural en nuestras instituciones sacando el cuerpo vivo de las mujeres a las calles. Intervenir el espacio público siendo mujeres es de una desobediencia y autonomía que el patriarcado rechaza, pues siempre fuimos confinadas al espacio privado, doméstico.
«EN LAS CALLES QUEREMOS ENCONTRARNOS, LIBRES, AUTÓNOMAS, CRÍTICAS Y SOLIDARIAS, ALEGRES Y FURIOSAS». Así nos interpelaba el movimiento del NI UNA MENOS para que salgamos a la calle, para que dejemos nuestras oficinas, nuestras casas y habitemos el espacio público con carteles, banderas, voces y gritos porque nos estaban matando. «Porque la violencia machista coarta libertades, participación política y social, la chance de inventar otros mundos, otras comunidades, otros vínculos[2]«.
En esta cuarentena global se expuso más que nunca la situación endémica de la violencia machista. Según el informe realizado por el Observatorio de femicidios «Adriana Marisel Zambrano» de la Asociación Civil La Casa del Encuentro, 61 mujeres fueron asesinadas durante la cuarentena, de los que el 71% ocurrió en el interior de las viviendas de las víctimas. Los asesinos fueron siempre parejas o ex parejas, que habían sido denunciados por las victimas en 1 de cada 6 casos. Estos hechos dejaron sin madre a 77 hijes, de los que el 73% aún son menores de edad. De esos 61 asesinatos, 2 fueron «femicidios vinculados», esto quiere decir que el asesino agredió a familiares vinculados a la víctima para matar, castigar o destruir psíquicamente a la mujer sobre la cual ejercía dominación.
Durante la década del ´70, cuando apareció la segunda ola feminista, muchos consideraban que el movimiento de mujeres hacía su aparición en el mundo con sus análisis agudos sobre temas que antes estaban relegados al ámbito privado. Sin embargo, el mismo movimiento reconoció el trabajo que habían realizado las feministas liberales y que había sido invisibilizado sistemáticamente por la educación patriarcal. Era necesario que el mismo feminismo les reconociera su lugar en la historia. Fue también en la década del 70 que las mujeres, negras, lesbianas, las indígenas, las pobres y las migrantes le reclamaron al mismo feminismo, conciencia de los privilegios de clase, de raza, legales y sexuales de los que gozaba, tanto para realizar sus temas de análisis como para ampliarlos. Podría decirse que aquí, el feminismo interseccional reclamó el carácter contingente, situacional y específico hacia la forma de producir conocimiento feminista.
El perspicaz lingüista, filósofo y activista norteamericano Noam Chomsky, reconoce dos tipos de intelectuales, aquellos que se sitúan al servicio del Estado, que suelen ser elogiados por la comunidad intelectual general y aquellos intelectuales que se rigen por sus valores, que son castigados, tildados de excéntricos ridículos, porque cuestionan los liderazgos, las autoridades, el orden establecido y se enfrentan a las instituciones responsables de «adoctrinar jóvenes» y disidencias.
La gran fuerza política del NI UNA MENOS del 2016, es que no sólo se constituyó como una consigna, sino como una estrategia política que permitió al feminismo hacer visibles sus demandas respecto de la violencia de género estructurales en un contexto de gobierno macrista que había reducido ostensiblemente el presupuesto a sus causas.
Sin embargo, allí se introdujeron en la agenda política voces que a pesar de estar hacía muchísimos años en demanda no lograban franquear a los gobiernos progresistas previos. A partir del NI UNA MENOS se crearon alianzas con otras luchas que pugnaban por su visibilización en el espacio público: El derecho por el aborto legal y gratuito, la incorporación «real» de la ESI en la educación y el paro internacional de mujeres volvieron a gozar de una visibilización inusitada.
La responsabilidad de los intelectuales es otro tema que le preocupa a Chomsky. Es gratificante ser elogiado por protestar con valentía sobre los abusos de los enemigos oficiales – dice el autor – pero la prioridad de les intelectuales es la de la responsabilidad que otorga esa posición y la coherencia en los valores de los que se ha propuesto encauzar – dictamina con elocuencia después de múltiples ejemplos en su libro: «Quién domina al mundo» (2016). La causa de nuestras intelectuales feministas debe ser la de revelar la violación sistemática a los derechos humanos de las mujeres en nuestro país.
El 17 de abril último, en pleno contexto de pandemia, el presidente de Casación provincial de la provincia de Buenos Aires, Víctor Violini, hizo lugar a un pedido de habeas corpus colectivo presentado por los defensores públicos para que se les otorguen prisiones domiciliarias a presos en peligro de contraer coronavirus. Estaba dirigido a reclusos mayores de 65 años, mujeres embarazadas, detenidos con enfermedades preexistentes y que hayan estado involucrados en delitos leves, aunque no se hizo mención a cuáles son los delitos a los que hacía referencia. Quedando al criterio de cada juez.
A los pocos días de este fallo favorable, fueron liberados 1.076 hombres con delitos contra la propiedad, 276 con delitos contra las personas y 176 con condenas por delitos contra la integridad sexual (abusadores y violadores). Para algunos jueces, violar y abusar mujeres y menores, es un delito menor. Fue una jueza de Quilmes quién expuso su preocupación en algunos medios de comunicación y evidenció el sistema judicial patriarcal.
A comienzos de mayo, en la unidad 33, de la cárcel de Ezeiza, 188 mujeres reclamaban mediante una huelga de hambre que se le haga lugar al habeas corpus que habían presentado. En el grupo había 3 mujeres embarazadas, (incluidas en el habeas corpus colectivo del 17 de abril), mujeres con hijos y otras con enfermedades de riesgo ante el covid-19. La mayoría de las presas estaban condenadas por delitos contra la propiedad o narcomenudeo, delitos catalogados como no-violentos.
«Que una emergencia no tape la otra» expresó el colectivo Actrices Argentinas repudiando que «detenidos y procesados por violación, abuso y violencia de género» sean beneficiados con régimen de prisión domiciliaria para descomprimir las unidades penales ante la situación sanitaria de emergencia impulsada por la pandemia. En esos días, cientos de miles de personas realizaron cacerolazos espontáneos en sus balcones para mostrar su descontento ante la justicia patriarcal y ante un gobierno que institucionalizó a las intelectuales feministas en un Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad pero subalterniza las demandas de las mujeres en situación de vulnerabilidad. Y el cacerolazo, que alguna vez representó a una porción del pueblo, la clase media estafada por el corralito bancario, hoy se la interpreta desde la estrechez especulativa de la grieta. Esa manifestación espontánea que justificó la salida de un presidente en el helicóptero de la historia argentina del 2001, hoy es interpretada como símbolo de chetitud ubicándolo en las antípodas del pueblo, sin importar el barrio ni las provincias. Olvidando el federalismo y la pandemia de la violencia machista que habita instituciones y medidas de gobierno.
Algunas organizaciones feministas están solicitando al gobierno de Fernández – Fernández que el Comité de Crisis, que tiene como objetivo crear medidas para proteger a nuestra población en contexto de encierro social, pueda estar integrado por representantes del Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad.
Habilitando la creatividad que desde el feminismo institucionalizado están sugiriendo como manera de visibilizar la violencia de género sin habitar las calles con nuestros reclamos en este 3J, estaría bueno que se permitiese que a las mujeres que se encuentran en riesgo de vida por la violencia machista, puedan acceder a espacios físicos en donde sean atendidas y contenidas por profesionales capacitados tal como ocurre con quienes presentan síntomas de coronavirus, para que reciban la atención adecuada ante el riesgo de perder su vida y su salud. ¿No es eso acaso una actividad esencial en el contexto de pandemia? ¿No es acaso mucho más mortal para mujeres jóvenes y niñes? Podemos remitirnos a las estadísticas, esos números que despersonalizan pero que tanto han ayudado al feminismo para dar cuenta del orden social sexuado que habitamos. De las 528 personas fallecidas por covid-19, 204 son mujeres y el promedio de edad es de 74 años. De los 57 femicidios en Argentina en el contexto de la pandemia, el promedio de las víctimas es de 35 años, sin promediar los femicidios vinculados que incluyeron niñas y bebés.
La creatividad que propone el feminismo institucionalizado en este NI UNA MENOS 2020, es remarcar a nivel virtual la sensibilización que se ha creado desde hace 5 años a hoy en relación a la violencia de género, cuando surgió esta demanda colectiva. O de cómo el tejido feminista sigue sosteniendo a mujeres en situaciones varias de vulnerabilidad que se han agudizado en el contexto de esta pandemia. Un pañuelazo rosa o un «ruidazo» desde nuestro ámbito doméstico. Pero no habilita de manera sinérgica la creatividad de antaño para que cientos de miles de mujeres podamos vindicarnos habitando el espacio público con un protocolo sanitario acorde, que incluya medidas como el uso del barbijo, distanciamiento social, uso del horario, del tiempo y otras.
La gran estrategia del patriarcado hacia las mujeres fue confinarnos al espacio privado, para someternos, para que dependamos social y económicamente del hombre. El Estado patriarcal, hoy no corta cabezas ni nos subordina al matrimonio, pero institucionaliza a las feministas de la academia y de trayectoria militante más importantes, confinándolas a un espacio de oficina que las hace depender social y económicamente del Estado Patriarcal que le baja línea política machista, pero que aún no despliega presupuestos y políticas acordes a la dimensión de la emergencia del NI UNA MENOS. Sólo las limita a que bajen directivas a organizaciones de mujeres de todo el país para que no habitemos una vez más, todas juntas, el espacio público libres, autónomas, críticas, solidarias, alegres y furiosas, como lo hicimos tantas veces y como tanto, supimos crecer.
[1] «El patriarcado significa una toma de poder histórica por parte de los hombres sobre las mujeres cuyo agente ocasional fue el orden biológico, si bien elevado éste a la categoría política y económica» en Sau, Victoria. «Un diccionario ideológico feminista». Barcelona. ICARIA. 1981. pág.204
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