La historia de La Polilla Upcycling se remonta mucho más atrás que 2019, aunque ese haya sido el año en que Verónica llevó sus piezas a un stand por primera vez. “Este emprendimiento comenzó en agosto de 2019, pero es la materialización de algo que empezó hace mucho más tiempo”, explica. Su relación con las telas es casi biográfica: “Nací en un hogar con mucha historia de mujeres en el oficio textil. Para mí jugar entre telas, botones y agujas era lo cotidiano”.
Su camino profesional la llevó por otros rubros, siempre vinculados a la creación, hasta que la ruptura —esa palabra que ella usa sin dramatismo, pero con verdad— abrió espacio para otro rumbo. “La Polilla surgió del dolor y la ruptura, de la necesidad de crear algo distinto”, confiesa.
El nombre llegó de manera tan simbólica que parece un guiño del destino. Una polilla Rothchildia Orizaba —“hermosamente grande y naranja”, recuerda— se posó en la vidriera de su negocio de lanas en Rosario. “La Polilla es símbolo de transformación y cambios. Busca la luz en la oscuridad… y llegó en un momento de decisiones importantes para mi vida: cambio de ciudad, de profesión, un oficio que reaparecía”, dice. No necesitó buscar más señales.
La génesis creativa también nació de lo mínimo: unos jeans viejos que una amiga le dio “por si quería hacer algo”.

Verónica lo cuenta con una mezcla de timidez y certeza: “Hice un bolso y a alguien le gustó; hice un delantal y también gustó. Y así, sin querer, en pocos meses había comenzado un emprendimiento”. Después agrega: “Causalidad dicen”, como si supiera que, en el fondo, era inevitable.
Su proceso creativo parte de una regla que sostiene con convicción: trabajar con lo que hay. “La primera premisa es diseñar con el material que dispongo”, afirma. “No le encontraría sentido si subordino la fabricación a la idea. Estaría generando más residuos o comprando ropa usada, y así perdería la esencia de utilizar lo descartado”.
Ese enfoque define la metodología que está desarrollando. No es académica ni rígida: es experimental. “No generar residuos, reutilizar todo… eso es un gran disparador de ideas”, explica. Con varios jeans, por ejemplo, trabaja por tandas: “Con las piernas hago polleras o buzos; con el caderín, bolsos o minifaldas; y las partes pequeñas me sirven para fabricar redes o entramados”. Nada muere: solo cambia de forma.
El Zero Waste aparece como un horizonte hacia el que avanza paso a paso. “Zero Waste es un inicio, algo que estoy estudiando”, dice. Pero también es crítica: “Reutilizar todo es un paliativo, no es la solución. Cambiar el sistema de molde sí lo sería”. Su honestidad marca el ritmo de su aprendizaje: “Mi dinámica es de prueba y error. Ahí estoy”.
Su mirada sobre la moda tiene un filo que interpela. “La moda es superflua cuando pierde de vista al ser humano”, señala. Para ella, el vestir es cultura viva: “Es nuestra segunda piel. Puede ser refugio o embate, significante o simbólico”. Y no deja lugar a la ingenuidad: “Detrás de la industria de la moda hay personas trabajando en condiciones injustas, y un daño ambiental que no se contempla”.
Verónica nota que el público empieza a cambiar. “Creo que hay más conciencia, más búsqueda de productos alternativos”, cuenta. Y lanza una pregunta que no busca incomodar, pero incomoda: “Si yo sé el daño que produce la industria textil, ¿qué decisión voy a tomar? ¿Sigo consumiendo moda o busco vestir acorde a lo que pienso y siento?”. Esa tensión entre deseo y responsabilidad define buena parte de lo que hace.
Emprender desde la sostenibilidad en Argentina no es para improvisados. “A veces parecemos malabaristas”, admite. Se refiere a quienes llevan adelante estos proyectos, en su mayoría mujeres que también maternan, sostienen hogares y trabajan sin red. “Es difícil encontrar puntos de venta que se encuadren en estos principios”, señala. Y suma algo clave: “Hacer valer el valor del producto-proceso es otro desafío”.
Aun así, insiste. Persistir es parte del ADN del proyecto: “Siento cada día más que vale la pena”. Para ella, la sostenibilidad no es un adjetivo liviano: “Su potencia está cuando define una acción colectiva, una forma de trabajar y habitar este planeta”. Y remata con claridad: “Sostenible es trabajar pensando en el después. Es diseñar teniendo en cuenta el impacto en el tiempo, en el ambiente y en las personas”.
Si sus prendas hablaran, sonarían orgullosas y un poco tercas, como quien sobrevivió a varias metamorfosis. “No hay otra igual”, dirían. “Cada una salvó a varias otras. Se repensaron con compromiso y sapiencia. Recircularon. Y ahora cuentan la historia de la persona que las elige”.
Verónica sueña con un futuro más amplio, literal y simbólicamente. “Quiero un taller con más espacio para organizar, cortar y confeccionar más telas”, imagina. También quiere compañía en ese camino: “Incorporar aprendices y colaboradores, expandir el oficio”. La Polilla, al fin y al cabo, nació para transformarse y seguir mutando.






