Este lunes, cuando las luces se enciendan en la escalinata del MET, no solo desfilarán celebridades: también lo hará una historia larga, tensa y profundamente política.
La Met Gala 2025 acompaña la inauguración de Superfine: Tailoring Black Style, una muestra que gira en torno a la sastrería negra como lenguaje de resistencia, inspirada en el libro Slaves to Fashion de Monica L. Miller.
¿Qué significa vestir un traje cuando tu cuerpo fue esclavizado, colonizado, criminalizado?
¿Qué gesto es más subversivo que caminar por la calle impecable, desafiante, usando el mismo símbolo de poder que durante siglos te excluyó?
A finales del siglo XIX, cuando los regímenes esclavistas comenzaban a derrumbarse, surgía en los márgenes una figura que todavía hoy incomoda: el dandy negro.
Hombres negros —muchos de ellos hijos de la esclavitud— comenzaron a usar la moda como declaración de autonomía. Frederick Douglass, uno de los grandes abolicionistas, se presentaba públicamente con trajes sobrios y refinados. No por aspiración, sino por estrategia: sabía que su vestimenta también era argumento. Un cuerpo negro bien vestido desmentía el estereotipo. Y al mismo tiempo, lo desbordaba.

El traje, ese uniforme del poder blanco, se convertía así en herramienta de subversión. No era una imitación del amo, sino una apropiación: una forma de decir “también soy”, “también mando”, “también estoy”.
La elegancia, en este contexto, no era ornamento: era pólvora. Cada botón abrochado, una declaración.
Esta tensión no empieza ni termina en el siglo XIX. Viene de mucho antes. Durante la colonia, a los cuerpos esclavizados se les imponía un vestir que los marcaba como propiedad. El atuendo era signo de sumisión. Por eso, revertir ese código fue —y sigue siendo— un acto de insurrección.
La moda negra, desde los brillos del funk hasta los trajes del hip hop de los 90, desde el look impecable de André 3000 hasta los experimentos sartoriales de Tyler, The Creator, lleva esa memoria cosida en cada dobladillo.
Porque eso hace el dandy: incomoda. Desarma. Conmueve el código desde adentro. Y en el caso del dandismo negro, ese temblor es más fuerte: es racial, histórico, postcolonial, cargado de memoria.
La muestra del MET no solo celebra una estética: nos obliga a revisar los sistemas que deciden qué cuerpos pueden vestirse bien sin levantar sospechas. Qué cuerpos pueden brillar sin ser leídos como amenaza.
El traje, entonces, ya no es solo moda. Es archivo. Es testimonio. Es resistencia que se plancha cada mañana y se abotona con rabia contenida.
Y en esa tela, también se escribe una historia que no pide permiso para estar a la altura del lujo.