Una máquina de coser suena entrada la noche. El ritmo constante de la aguja acompaña el silencio del barrio. Sobre la mesa, retazos, moldes dibujados a mano. Escenas como esta se repiten desde hace décadas en todo el país. Mujeres que, entre hijos, cuidados y otras tareas, sostienen con sus manos la base de la industria de la moda argentina: la costura.
Cada 14 de octubre se conmemora el Día Internacional de la Costurera, una fecha que rinde homenaje a un oficio histórico y profundamente feminizado. Pero más allá del saludo formal, la efeméride invita a mirar con atención el lugar que ocupan estas trabajadoras en la estructura económica y cultural del país.
Un oficio con historia
La historia del trabajo de costura en Argentina está atravesada por múltiples actores: talleres, conventos, organizaciones obreras y redes femeninas. Como explica la historiadora Silvana Pascucci en Costureras, monjas y anarquistas, durante fines del siglo XIX y principios del XX, el trabajo femenino fue central para el desarrollo de la industria del vestido. Las mujeres cosían en conventos, en sus hogares o en pequeños talleres, en un contexto donde la mecanización avanzaba lentamente y la producción artesanal seguía teniendo un peso enorme.
Este entramado productivo no sólo abastecía la vestimenta local: también generó espacios de organización y lucha. Las costureras participaron en movimientos obreros, cuestionaron las jerarquías religiosas y pelearon por mejores condiciones laborales, en una industria marcada por la informalidad y la precariedad desde sus orígenes.
Una ley anclada en el pasado
En 1941 se sancionó la Ley 12.713 de Trabajo a Domicilio, que todavía hoy regula la situación de muchas trabajadoras de la costura. La norma, que en su momento fue un avance, quedó congelada en el tiempo. Apenas tuvo pequeñas reformas, sin contemplar las transformaciones productivas, tecnológicas y sociales de las últimas décadas.
Miles de mujeres trabajan desde sus hogares cosiendo prendas para marcas, ferias o clientes particulares. Algunas eligen esa modalidad por autonomía; otras, porque es la única salida laboral posible. En cualquier caso, la ley actual no alcanza para garantizar derechos reales ni condiciones justas en un mercado globalizado y profundamente desigual.
Entre talleres clandestinos y crisis estructural
El sector textil y de la confección argentina convive con realidades muy diferentes. Existen talleres registrados que cumplen normativas, pero también proliferan los talleres clandestinos, que no respetan condiciones de higiene, seguridad ni registración laboral. Estos espacios fueron noticia por incendios, siniestros y accidentes que costaron vidas.
A esto se suma un proceso de desindustrialización que lleva décadas. La apertura de importaciones durante la dictadura y las políticas de los 80 y 90 —con la llegada masiva de prendas baratas de Asia— golpearon fuertemente a la industria nacional. Muchas fábricas cerraron, y la producción local perdió protagonismo frente a modelos económicos globales que no contemplan las particularidades de nuestro país.
Hoy, el sector textil enfrenta una crisis estructural: entre diciembre de 2023 y junio de 2025, más de 380 empresas cerraron y se perdieron alrededor de 11.500 empleos. Muchas costureras trabajan desde sus casas o en talleres registrados; otras lo hacen en talleres clandestinos, sin protección alguna. La importación masiva de ropa barata solo profundiza la competencia desigual.

Hacia una mirada propia
Hablar de costureras es hablar de historia, de trabajo invisibilizado, de derechos pendientes y de un futuro posible. Como plantean desde el sector, es urgente pensar políticas propias, alejadas de modelos europeos o copias externas, para fortalecer la industria textil y de la confección desde una perspectiva local y colectiva.
Las costureras no son sólo “mano de obra”: son guardianas de un saber que atraviesa generaciones. Reconocerlas es también reconocer que la moda no empieza en la pasarela, sino en las mesas de corte, en los talleres y en los hogares donde cada puntada sostiene, silenciosamente, la historia vestida de un país.